El otro día les contaba mi experiencia visitando un campo de concentración en Alemania, rememorando lo que fue esa macabra historia del Holocausto dentro de la Segunda Guerra Mundial. Hoy quiero contarles una interesante historia que nos contó nuestra guía al terminar el tour, que vuelve a hacer foco sobre algo que ya me canso hasta yo de insistir en este blog, el problema de este mundo no es la gente mala sino la buena que no hace nada. Se trata de una historia sobre la obediencia de vida y sobre Bernhard Lichtenberg, les cuento.
Empecemos por la obediencia de vida, y la haremos corta. En general, luego de este tipo de genocidios (o incluso otros mucho menores), se intenta juzgar a los responsable y, sacando a las altas cúpulas de estos gobiernos u organizaciones, el argumento casi unánime de defensa de aquellos que perpetraron tanto dolor es la obediencia debida, la idea de que solo seguían órdenes y de que “no podían hacer otra cosa”. Con mayor o menor éxito, este ha sido el argumento de la mayoría de los nazis que fueron juzgados luego de la segunda guerra mundial. Es decir, personas que torturaron, violaron, mataron, entienden que son inocentes porque “no tenían otra opción”. No tenían otra opción. Eso dicen.
¿Y Bernhard Lichtenberg? Resulta que este hombre fue un cura católico que, durante el holocausto, alojó a muchos judíos en su iglesia cuando estos comenzaron a ser perseguidos por los nazis. Obviamente, fue descubierto y detenido a principios de los años 40. En el año 1943, cuando lo trasladaban a un campo de concentración, murió en el camino. Y hoy lo que quiero, es contarles una historia, que no se si es verdad, si es leyenda, pero que me pareció super interesante. Esta es la historia tal cual la contó la guía antes de irnos del campo de concentración, y no voy a reflexionar sobre ella, se lo dejo a cada uno de ustedes.
Resulta que cuenta un oficial de la SS que pudo conversar con Lichtenberg en sus últimos días de vida, que se animó a consultarle por qué hacía lo que hacía. Un día conversando con el cura, le preguntó: “¿Por qué, señor Lichtenberg, eligió salvar a personas que no conocía sabiendo que tarde o temprano lo descubrirían y lo matarían?”. El sacerdote lo miró, y le explicó: “Sabes que pasa hijo, no tenía otra opción”.